Un recién nacido supone una revolución para
los padres y no siempre es un «camino de rosas». Que no afecte
negativamente a la pareja depende de la actitud que adopten.
La llegada de un bebé, como casi todo lo que sucede en la
vida, poco o nada tiene que ver con lo que el marketing nos trasmite. No
todas las estampas del día a día son tan idílicas cuando aparece el
nuevo miembro de la familia, también suceden los problemas que, con
calma, paciencia, amor pero, sobre todo con tiempo, se terminan por
superar. Los bebés son muy tiernos cuando están apaciblemente dormidos
pero también lloran, a veces tanto que logran desestabilizar la
paciencia del más tranquilo. Los bebés huelen maravillosamente bien pero
para ello habrá que cambiar el pañal unas diez o doce veces al día, a
veces con un sueño bastante profundo (sus necesidades fisiológicas no
entienden de madrugadas). Las fotos de las revistas no reflejan la
verdadera identidad del día a día.
El caos aparece en el hospital.
Muchas mujeres, especialmente las primerizas, interiorizan una idea de
parto, así como de rostro de bebé, que no cumple con sus expectativas.
Un parto difícil o que incluso que acaba en una cesárea pueden traer los
primeros «desengaños», las primeras tomas de contacto con la realidad.
Una mujer recién parida es, generalmente, una mujer dichosa pero también
con un vaivén de hormonas que hacen que vea el mundo de otra manera.
Visitas largas con comentarios inoportunos y, sobre todo de gente con la
que no tiene la suficiente confianza, hacen que nada más convertirse en
madre vea que las cosas no son como las había soñado. Y eso, si no se
atiende, pasa factura.
También se sienten celos cuando llega a casa el recién nacido
Hemos hablado con Marina González, experta psicóloga clínica de Cinteco,
que nos habla de cambios: «La llegada de un bebé supone muchos cambios
para la pareja, cambios a los que se tienen que ir adaptando y como
cualquier proceso de adaptación lleva tiempo y no está exento de estrés.
Estos niveles de estrés, unidos al cansancio, la inseguridad a la hora
de manejar las dificultades, las expectativas que se tienen hacia el
otro y otros factores… pueden afectar en la irritabilidad, el
nerviosismo, la frustración… y provocar ciertas tensiones en la pareja».
Como en todo en la vida, es importante saber gestionar las
crisis que surgen es por ello que son tan importantes «las condiciones
previas de la relación de pareja, que sea una relación solida, estable,
con buenos niveles de comunicación y por supuesto de afectividad, y que
dispongan de habilidades adecuadas para resolver problemas» todas esas
cosas fomentan una buena salud en la pareja a pesar de las dificultades.
Es decir que si una pareja ya se llevaba mal o muy mal antes de la
llegada de un bebé, el nacimiento no sólo no va a cambiar las cosas para
bien sino que las empeorará.
Niveles de comunicación:
es muy importante saber expresar los sentimientos que uno tiene sin
caer en la acusación al otro. Utilizar frases tipo «yo sé que tú haces
esto con el mayor de los cariños pero lo cierto es que yo lo percibo
como…y no me gusta porque me hace sentir así» Todo ello, claro está,
siempre con un tono amable y tranquilo y, si es posible, en el marco de
una conversación apacible, es decir, no aprovechar un llanto
incontrolable del bebé para expresarse sino un momento de paz, que
también los hay, para decir las cosas. De nuevo la psicóloga nos
aconseja: «Disponer de estas habilidades no tiene que ver necesariamente
con la edad, hay mucha gente joven que dispone de estos recursos,
aunque es cierto que la experiencia vital ayuda a tener recursos para
afrontar situaciones que pueden generar estrés». Las parejas que hablan,
que se escuchan, que se comunican diciendo lo que sienten, tienen altas
probabilidades de que todo salga bien, de que se solucionen las cosas.
La llegada del bebé tiene consecuencias en la pareja. Todo es subsanable
Entender las necesidades del otro. No
sólo la mujer sufre cambios, el hombre también cambia su perspectiva
vital. Muchos hombres, con la llegada de un hijo, adquieren un mayor
grado de responsabilidad a la hora de afrontar su vida laboral y
comienzan a sentir miedos hasta ese momento desconocidos.
Muchos optarán por no decir nada a su pareja para evitar
preocupaciones pero eso no significa que no estén durante una primera
etapa muy absortos en esa nueva tesitura de vida y de trabajo. Por
supuesto, también sienten celos cuando llega un bebé. Aquella mujer que
siempre estaba pendiente de él ahora casi nunca está disponible para
llevar una conversación de más de cinco minutos. La mayoría de las
mujeres (con toda la razón es verdad) no reparamos en esa ausencia que
tienen porque estamos muy atareadas con todo lo que se nos ha venido
encima; dar el pecho, cambiar los pañales, ahora tiene un gas, ahora no
sé por qué llora…cualquier mujer que sea madre entenderá que, no se sabe
muy bien por qué, pero cuando tienes un recién nacido en casa, a pesar
de que duermen casi todo el día, apenas paras un minuto. Todas esas
circunstancias pueden hacer que nos olvidemos de nuestra pareja
«momentáneamente» algo que en la medida de lo posible deberíamos evitar
aunque no siempre es fácil.
Las hormonas, esas «amigas traicioneras».
Las mujeres convivimos con ellas toda la vida pero quizás hay tres
etapas en la vida de una mujer que son especialmente complicadas;
adolescencia, embarazo/postparto y menopausia. Centrándonos en el tema
que nos ocupa, el postparto, las hormonas pueden jugar una malísima
pasada que pueden hacer tambalear los cimientos del matrimonio más
estable: llantos injustificados, creer que estás sola, que han dejado de
quererte, sentirte fea, distinta a quién eras y algo que ayuda poco,
dormir a trompicones, hacen el resto. Mucho amor, mucho cariño, mucho
apoyo moral con frases tipo, «qué buena madre eres», «qué bien lo estás
haciendo», «qué orgullos estoy de ti» hacen más que una terapia con el
mismísimo Freud. Muchos abrazos y una clara demostración de que se está
ahí para apoyarla en todo hacen el resto.
Cambiar los pañales no debe ser un acto exclusivo de la mamá
La importancia de ayudar:
Muchos hombres, por temor a no hacerlo bien o por cultura, participan
poco o nada en la crianza de sus hijos hasta que estos no caminan. El
hecho de que sea la mujer la que siempre se haya dedicado a la
alimentación de la cría por dar el pecho hace que, generación tras
generación, se siga asimilando ese concepto. Aunque es cierto que poco a
poco las cosas han ido cambiando, lo cierto es que muchos padres se
acercan poco al recién nacido. Es verdad que son las madres las que dan
el pecho pero hay un montón de cosas que ellos pueden y deben hacer, ya
no sólo para aliviar a la madre que necesita descansar sino también para
establecer vínculos con el bebé. Por ejemplo, quitar los gases. A
muchos padres se les da bien esta tarea porque es un rato al día y
porque sus manos grandes suelen dar mucha protección al bebé. Pero no
sólo eso, cambiar los pañales no tiene que ser un acto exclusivo de la
mamá, de hecho, salvo dar el pecho, ninguno lo es. Cuando un hombre
llega a casa cansado del trabajo no se encuentra con una mujer que no ha
hecho nada precisamente en toda la jornada.
Un poco de intimidad, por favor, las suegras y demás familia política, para los domingos.
Las parejas con bebés sufren un cambio muy importante en sus vidas y
como todo cambio este también necesita de cierta intimidad. Muchas
mujeres necesitan de la constante presencia de su madre en casa pero
para el marido no es la madre sino la suegra y si ya de por sí se siente
desplazado, este hecho no ayuda demasiado. Es fácil recurrir a esa
valiosísima ayuda pero mejor que desaparezca cuando llegue la pareja a
casa. Hay que recordar que muchos hombres se ven intimidados por la
presencia de sus madres políticas y comienzan a sentirse incómodos en su
propia casa. La familia política es mejor para las comidas familiares
distendidas.
La intimidad de la pareja en estos casos y descubrirse como
padres el uno al otro son esenciales en estos momentos. Además, cómo
no, los siempre mal venidos comentarios de todo el mundo (muy
especialmente de las abuelas y cuñadas) sobre el modo de crianza
escogido y que no siempre caen bien, especialmente en una madre recién
parida. Los consejos no pedidos sobre cómo das el pecho, si lo das o no
lo das, si coges al bebé en brazos…no suelen caer bien. Como a veces son
inevitables porque no se tiene la confianza necesaria para pedir que no
se digan, cuanto menos los escuchemos, mejor para nuestra salud mental.
El instinto de cada madre es infinitamente mejor que el de cuatro
abuelas opinando a la vez.
La madurez. No tiene que ver necesariamente con la edad.
La llegada de un hijo supone la ruptura inmediata con el modo de vida
anterior. La madre ha tenido nueve meses para ir adaptándose de forma
gradual pero para el padre es radical. Lo cierto es que durante un
tiempo el bebé reclamará la presencia de, por lo menos, la madre,
haciendo que la vida conocida hasta la fecha, desaparezca. Si la madurez
psicológica no es total llegarán muchos problemas en forma de
frustraciones y lo que se debería ver como algo maravilloso que forma
parte del trascurrir de la vida, se ve como una carga, un fastidio, una
cortapisa de la libertad individual. Esto sucede más es madres y padres
muy jóvenes, menores de 25 años que no llegan a entender qué significa
la responsabilidad de la paternidad. No es un tema baladí puesto que,
además de afectarles como pareja, sobre todo les afecta como padres y
puede que no siempre actúen de la mejor manera.
Es importante para evitar estos casos que la pareja se vaya
concienciando de que la llegada de un hijo es una gran responsabilidad
pero no una carga sino todo lo contrario, un reto que dura para siempre
pero que para siempre, también, traerá muchas satisfacciones. Sobre todo
es muy importante asimilar que la nueva vida será diferente pero no por
ello peor, los planes dejarán de ser siempre de noche para ser siempre
de día (o casi siempre) y la mayoría de las veces, en torno al 99%
estarán destinados a que el bebé, los niños, disfruten. Un joven que
cree no haber vivido lo suficiente y añora su etapa anterior puede que
no asimile bien su nueva faceta de padre, algo que, sin duda, le traerá
problemas.
En definitiva, la llegada de un bebé casi siempre supone noches en vela, desesperación porque no duerme y
no sabes qué hacer…cansancio, ojeras, caos…pero todo pasa. Y además
enseguida. Normalmente los padres se hacen con los usos y costumbres de
los bebés al cabo del mes y medio o dos y las cosas a partir de ahí
empiezan a entrar en rutina y a normalizarse. Mientras todo eso llega el
mejor consejo es no perder la calma, no dejarse nada en el tintero y
hablar con la pareja las cosas que nos preocupan para que no se
enraícen, para que no nos quedemos con la sensación de no ser
comprendidos.
Mucho amor, mucha calma y mucha comprensión que al final,
todo llega. Y en menos de lo que se espera todo vuelve a convertirse en
una rutina. Con juguetes por toda la casa pero rutina al fin y al cabo.
Y sobre todo tener siempre presente que se está trabajando en lo más
importante, construir una familia, poca broma en los tiempos que corren.
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