El
chupete no es un invento reciente. De hecho, existen rastros de su
presencia que datan del 1.000 a.C, aunque el primer chupete moderno
se patentó en los Estados Unidos en setiembre de 1900. Mucho más
simple, tenía la misma forma de los que se conocen hoy: una tetina
de goma, un aro alrededor y un asa para sostenerlo.
El
uso del chupete es y ha sido una práctica ampliamente extendida,
pero también ha sido una cuestión muy debatida, sobre todo en los
últimos años. Su uso ofrece ventajas y también algunos
inconvenientes, pero estos inconvenientes pueden evitarse con un uso
adecuado.
El
uso del chupete se relaciona con una menor incidencia de muerte
súbita del lactante y tiene un efecto tranquilizante que puede ser
útil al bebé y a los padres en determinados momentos (es un recurso
de gran ayuda en niños con cólicos y muy irritables). Su uso
interfiere con la lactancia materna cuando ésta no está aún bien
instaurada, favorece la aparición de mal oclusiones (deformidades de
los dientes y del paladar) si su uso se prolonga, (y si se prolonga
más allá de los 36 meses puede repercutir en el crecimiento
craneofacial) y constituye un factor de riesgo para las otitis medias
de repetición.
La
existencia de este artilugio se justifica por la necesidad biológica
e instintiva de succionar que poseen todos los bebés, llamada
“succión
no nutritiva”
(SNN), que se manifiesta en la succión de sus dedos, pulgares,
puños, biberones y chupetes. Se trata de un reflejo normal que ayuda
a la supervivencia y que se inicia cuando el bebé está todavía en
el vientre de su madre (de ahí que algunos aparezcan en las
ecografías
chupándose el pulgar).
Hoy
en día, el uso del chupete se encuentra muy arraigado en las
sociedades desarrolladas como la nuestra. Tal es su poder, que en
inglés se utiliza la palabra pacifier para referirse al
chupete, aunque hasta hace bien poco, parecía que este producto que
tanto gusta a los bebés –y a sus padres– era culpable de que los
pequeños no quisieran tomar pecho, o no el suficiente; de que
cogieran una infección de oído detrás de otra, y de que sus bocas
fueran carne de ortodoncista, por lo que evitar el chupete se
convirtió en una especie de máxima pediátrica. Con el tiempo,
sucesivos estudios científicos han ido matizando la mayoría de
estas creencias.