Un pellizco, una patada, un mordisco, una
bofetada, escupir... los niños reaccionan con estas conductas agresivas
en muchas ocasiones. A veces se les escapan estos gestos de forma
accidental y otras de forma sistemática. En el entorno del niño, en el
colegio, el parque, en reuniones familiares... existen muchas
situaciones donde aparecen estos comportamientos: nuestro hijo pega
cuando un amiguito le quita un juguete; o pega a los padres cuando no
responden a sus deseos o le privan de algo que quiere; o le pega a él un
compañero de clase porque quiere sus pinturas y no se las deja... Saber
reaccionar ante ello es responsabilidad de los padres para erradicar y
frenar este tipo de comportamientos. Dos expertos, Jorge Casesmeiro,
director de Psicopaidos y asesor del Colegio de Pedagogos de Madrid, y
Josep Miquel Menal, psicopedagogo y director de Isep Clínic Lérida,
ofrecen sus opiniones para poder controlar estas situaciones y que no
vayan a más.
Los más pequeños
«Con dos, tres o cuatro años el niño pega como un recurso que ha aprendido de forma involuntaria de
los amigos o de los propios padres», afirma Miquel Mena. El pequeño
entiende que ese gesto agresivo le reporta unos beneficios, es decir
cree que pegando va a conseguir lo que quiere. «Si quiere el juguete de
otro niño y comprueba que pegándole lo consigue, lo seguirá haciendo; si
quiere captar la atención de los padres y constata que si les pega la
tiene, aunque sea en forma de reprimenda, lo seguirá haciendo; si los
padres le animan a responder pegando cuando otros le pegan, lo seguirá
haciendo», asegura el psicopedagogo.
"Hay que suprimir las consecuencias positivas que se derivan del acto de pegar".
Las rabietas, escupir, dar patadas o un mordisco son conductas explosivas del niño que suelen desaparecer a partir de los cuatro años y medio.
«A esa edad los pequeños ya prefieren pedir ayuda a un adulto para
resolver sus conflictos antes que pelearse», afirma Jorge Casesmeiro. En
cualquier caso, Casesmeiro aconseja que los padres deben gestionar la agresividad infantil «sin agresividad ni ansiedad,
deben ser capaces de contextualizarla y de intentar comprender sus
causas para reaccionar con inteligencia educativa». Si a partir de los
cuatro años y medio, el niño sigue lanzando mordiscos y arañazos con
frecuencia es conveniente consultar a un profesional.
Cuando van creciendo
En edades más avanzadas, pegar puede
ser «una válvula de escape para canalizar la ira acumulada ante una
frustración que el niño no sabe resolver», dice Miquel Mena. Entonces
«la opción es actuar sobre las consecuencias erradicándolas de forma
positiva» o desviando su atención.
En la adolescencia también se pueden
dar conductas agresivas cuando los chicos perciben situaciones que
creen que van a ser permanentes y sienten que no disponen de recursos
para cambiarlas. Por ejemplo, cuando piensan. «nunca seré capaz de
aprobar», «nunca acabaré de estudiar», «nunca encontraré trabajo»... En
este caso, hay que identificar el origen de esa frustración y dotarle de
recursos para afrontarlo.
Ocho claves para educar sin agresividad:
Ser constantes con una serie de pautas desde
la más tierna infancia ayuda a prevenir conductas agresivas en los
niños. Y también saber reaccionar ante determinadas situaciones cuando
los pequeños se dejan llevar por sus impulsos y pegan a otros o les
pegan a ellos. Miquel Mena y Jorge Casesmeiro ofrecen estos consejos a
los padres:
—Los niños hacen lo que ven.
Por eso, los padres deben dar ejemplo y no pegar ante sus
provocaciones, frustaciones... Si los padres pegan al niño, él
incorporará estos gestos agresivos a sus recursos de supervivencia.
—Formas de reprimir su conducta agresiva: hacerles
entender que causan daño. Para ello podemos utilizar como recursos
muecas de dolor o enfado. También la técnica de «tiempo fuera» funciona,
castigando al niño en un rincón durante tantos minutos como años de
edad tenga. Otra manera es identificar conductas positivas que le
aporten los mismos resultados que las agresivas y reforzarlas mediante
recompensas.
—Ambos progenitores deben aplicar las mismas técnicas.
—Cuando pegan a nuestro hijo en
el parque, en el patio del colegio, en clase... tampoco hay que ceder.
Es decir, si otro niño pega al nuestro porque quiere su juguete o su
columpio, no hay que concedérselo. Si lo hacemos estamos enviando a los
dos niños el mensaje de que pegando consiguen lo que quieren. Hay que
hablar con los padres de ese niño, y según su receptividad y reacción,
reprimir al que ha pegado primero.
Nunca responder que devuelva la agresión o que aprenda a defenderse, pues es abandonarle a la ley del más fuerte e incitarle a la violencia.
—Si dos niños se pelean deben ser separados inmediatamente, con firmeza y determinación, pero sin brusquedad. Hay que buscar el origen de ese conflicto.
La presencia de un adulto marca límites.
Lo ideal es que los padres ayuden a los niños a comunicarse, que medien
para que sean los niños quienes resuelvan el conflicto. Siempre con
imparcialidad. Si una de las partes tiene razón hay que dársela. Hay que
buscar soluciones justas, pero no culpabilidad ni humillar al otro.
Antes de poner límites al hijo de otro,
se debe intentar hablar con los padres, abuelos o cuidadores. De todas
formas, siempre podemos separar, impedir una nueva agresión o decir
«esto no».
—Cuando es nuestro hijo el que ha pegado
de forma accidental o intencionada es necesario disculparse. Es un
aprendizaje que puede empezar desde muy temprana edad. El agredido debe
ser atendido, pero cuidado con reforzar en él una imagen de
vulnerabilidad que le lleve a identificarse con el papel de víctima.
—Las peleas entre hermanos forman
parte de un ritual de crecimiento y de exploración de las propias
fuerzas y límites, es también una rivalidad natural por el espacio
vital, por el reconocimiento de los padres... Los hermanos se pelean con
una «agresividad controlada». No obstante, hay que reaccionar: separar,
buscar causas, mostrar consecuencias y tender puentes.
Debemos intentar ser equitativos tanto en reprimendas
como en elogios, escuchar a ambas partes y otorgar mayor credicbilidad a
la parte que se lo merezca. Los celos suelen ser uno de los motivos
principales de las peleas entre familiares. Téngalo en cuenta.
—Los profesores y otros adultos del
entorno del niño también pueden intervenir conjuntamente con los padres
para corregir estos actos agresivos, consensuando actuaciones y
averiguando cómo reacciona, según la opinión de Miquel Mena. Casesmeiro,
por su parte, cree que «si nuestro hijo está involucrado en una pelea,
no debemos delegar en otros adultos la resolución. Si intervenimos,
hagámoslo de manera que nuestra participación aporte serenidad y
madurez, que sea colaboradora y un modelo a seguir para los niños y para
los otros adultos».
M. j. P.B. Madrid- ABC/EDUCACIÓN